A diferencia del sexo, identificado como un conjunto de atributos biológicos, el género responde a una construcción psicosocial y se refiere a los roles, comportamientos, expresiones e identidades socialmente construidos de niñas, mujeres, niños, hombres y personas con diversidad de género en el contexto histórico de una sociedad determinada.
Esto influye en la percepción del sí mismo, en la conducta y en las relaciones interpersonales, así como también en la distribución del poder y los recursos en la sociedad.
Sin embargo, los términos “sexo” y “género” suelen utilizarse indistintamente, conceptualizándose de forma binaria, aun cuando existe una diversidad considerable en la forma en que los individuos y los grupos los entienden, experimentan y expresan.
La clarificadora observación realizada por Simone de Beauvoir “no se nace mujer: se llega a serlo”, representa la diferencia en la naturaleza de los conceptos de género y sexo, lo que se ha materializado en las ingentes demandas y manifestaciones socioculturales y políticas que han aumentado desde la segunda mitad del siglo XX.
Esto pone en relieve la diferencia subjetiva que existe y favorece a hombres frente a mujeres, fenómeno abordado por los movimientos feministas. La subrepresentación y discriminación de las mujeres en espacios de poder y liderazgo no eximen al ámbito académico-científico, contexto en el cual ha sido bien documentado que las mujeres presentan salarios inferiores, una menor adjudicación de fondos para investigación e incluso sus publicaciones son menos citadas que las de sus pares masculinos, todo lo cual da cuenta de violencia de género.
En su ensayo Un cuarto propio, la escritora y feminista británica Virginia Woolf (1882-1941) reflexiona en torno a una serie de conferencias que dictó en divisiones femeninas de la Universidad de Cambridge, Reino Unido, narrando una ficción. En ella, una serie de voces masculinas señalan “démosle una habitación propia y quinientas libras al año, dejémosle decir lo que quiera y omitir la mitad de lo que ahora pone en su libro y el día menos pensado escribirá un libro mejor”.
Para poder escribir, una mujer necesitaba una habitación propia y el dinero mínimo como para mantenerse a sí misma, dos conceptos poco usuales para la época.
Por otra parte, los alcances sexistas de la cultura predominante han determinado que el sesgo según sexo esté presente en la investigación en seres humanos y en animales generando sistemáticamente suposiciones equívocas y una comprensión errónea de la salud humana.
Los Institutos Canadienses de Investigación en Salud establecieron un marco conceptual para comprender el género, representado por cuatro dimensiones: los roles de género (cuidado de niños y niñas, trabajo doméstico), la identidad de género, las relaciones de género (apoyo social) y el género institucionalizado (oportunidades de carrera, ingreso económico, formación educacional).
No obstante, por tratarse de un concepto complejo, difícil de cuantificar y que además se modifica a través del tiempo y según la cultura, se le ha subestimado en la investigación científica. Para mejorar esta situación, se han establecido diversas recomendaciones y guías. Empero, el estudio con perspectiva de género aún parece tener un largo camino por recorrer, dado que la función productiva se ha asignado culturalmente al hombre y la función reproductiva a la mujer.
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